La segunda ficción fronteriza de Yaela Gottlieb es una interrogación incómoda por la identidad de su padre Robert, quien, víctima del antisemitismo, en 1958 tuvo que migrar de Rumania a Israel, donde luchó en la Guerra de los Seis Días, para luego mudarse a Perú. Sin embargo, Robert, quien apenas habla hebreo y vive en Perú desde hace varias décadas, se siente más israelí que rumano o peruano; la distancia geográfica no atenúa su intenso nacionalismo y su rechazo frontal por cualquiera que cuestione al Estado de Israel. La dificultad de comprender esta situación es el impulso inicial de una película que, lejos de descansar en lo íntimo, vincula la exploración de lazos familiares con procesos históricos amplios.
Nota
No hay regreso a casa es la segunda entrega de la serie “Ficciones fronterizas”, trilogía de ensayos audiovisuales en los que vengo trabajando desde 2017. Son películas de no ficción en las que me pregunto sobre los desplazamientos y las transformaciones que producen, las identidades móviles, y cómo todo eso puede convertirse en imagen-movimiento.