Hay algo que nos habla. Voces que nos rodean con intermitencia, susurrando alertas sobre lo que queda de vida en el planeta. Son ondas que planean en los intersticios de la información que pelea por nuestra atención y que requieren nuestra antena sensible. Es otro tipo de estímulo; más sutil y profundo. Proviene incluso de inteligencias no humanas: estamos rodeados de signos, rastros y claves que no nos detenemos a descifrar, pero que tienen algo para decirnos sobre nosotros.
Bestias de la imaginación, materiales agonizantes, fósiles modernos, rencores filiales, folklores olvidados, amores reincidentes y amistades relegadas, muertes oscilantes, víctimas del desastre y habitantes de felices ciudades perdidas nos están llamando para conversar. A no distraer: a diferencia de la mensajería instantánea, los que nos llegan son palabras suspendidas en un ritmo autónomo, discursos con una lógica interna que impugnan una época muerta de literalidad y carente de humor.
Si hasta hace poco especulábamos con la distopía y la velocidad con la que se avecinaba, el presente nos pone ante la posibilidad de oír nuevas voces, explorar caminos alternativos y reimprimir la inocencia para jugar y dar de nuevo. Las películas de #20FestiFreak nos llevan en esa dirección, con la innegable remisión a los comienzos del festival y su ímpetu inicial. Una curiosidad por las manifestaciones contemporáneas del cine, un acercamiento a las banquinas de una producción creciente y mutante, que desborda el flujo estandarizado de imágenes repetidas y discursos que ya no dicen.
Todas esas voces que vienen del pasado, del futuro y de un presente desoído, escondido detrás de lo evidente, cruzan las secciones de #20FestiFreak como una frecuencia sinuosa. Estarán ahí para nosotrxs en estos doce días de películas extrañas y provocadoras, productos de los artistas que están renovando su sensibilidad y la de una época para ver qué sigue.
Empecemos, entonces, una nueva aventura a lo desconocido.