Caperucita roja
Cuando mi abuela tenía ocho años, cruzó un bosque montañoso, en una época en que el cielo español zumbaba de aviones militares. Ese día escapó de la servidumbre a la que la exponía su propio padrino, yéndose a su pueblo natal. En algún momento, decidió estudiar costura. Y tiempo después, cruzar el mar sola, hacia Buenos Aires. Una tarde, le pido que me enseñe a coser. Mientras fabricamos un abrigo rojo con capucha, nosotras, dos mujeres separadas por más de sesenta años, discutimos entre cuatro paredes las historias y contradicciones de nuestro género y clase. Afuera, una nueva generación feminista toma las calles.
Nota
Cuando era chica, mi abuela Juliana me contaba, mientras cosía y de a fragmentos, su propia historia. Siempre intenté entender sus contradicciones: una mujer educada durante el franquismo y defensora de muchas de sus ideas conservadoras y represivas pero que, en la propia práctica, se había desentendido por completo de todo posible “deber ser”, intentando un boceto no autoconsciente de “mujer libre”. Ese relato, atravesado por un clima de cuento de hadas, terminó articulándose con la vida cotidiana de mi hermana y yo hoy, militantes feministas y de izquierda. Así, algo del espíritu de época, de esta nueva ola del movimiento de mujeres y disidencias sexogenéricas, fue impregnando la película.