“Veo todo”, dice ella como si fuera una maldición. Un rayo de sol, el cielo celeste claro. El mar sereno, enmarcado por una soga. Voces que zumban. Un momento de paz hasta que el mar emerge en vertical como una catarata. La gente en el en el agua grita, chalecos salvavidas, silbatos de emergencia. No hay más horizonte, ni cielo, solo la profundidad y nada de qué agarrarse. El tiempo se detiene, perpetuando el brutal presente. Ella graba para ganarle al cansancio, a la muerte, sólo para que quede algo. Amel Alzakout y Khaled Abdulwahed ofrecen un ensayo documental profundo y poético sobre la supervivencia de uno de los directores (Amel) durante el hundimiento del barco en el que huía de Siria.
Nota
Comencé a grabar desde el comienzo. Grabé la oficina de contrabando y el viaje hasta la costa. Era un viaje inusual para mí, quería mantenerlo en la memoria y mantenerme ocupada con algo más. Era terrorífico ver el pánico, los gritos, como la gente trataba de sostenerse de algo dentro del agua. Me sentía desconectado de esas imágenes. Me negaba a verlas, a tratar con ellas, imaginar que Amel realmente estuvo ahí. En algún punto traté de imaginarme a mí mismo, y fue imposible. Eso fue lo más grande con lo que tuvimos que luchar al comienzo del proceso.