CARRETERA PERDIDA 25º ANIVERSARIO
Nota
Carretera perdida: cine para los dientes
Por José Miccio
“Es una mierda espeluznante”, le dice un guardia a su superior cuando confirma que en la cárcel pasó algo imposible. O si se quiere: “Da mucho miedo esta bosta”. O también: “Lo que tenemos acá es para cagarse en las patas”. This is some spooky shit we got here. El diálogo no vale solo para la escena de la que forma parte sino para la entera Carretera perdida, esa catedral de lo ominoso que Lynch levantó en 1997, sin gárgolas pero con Robert Blake como el misterioso hombre de la videocámara y la risa infame, sin órganos pero con Rammstein, Marilyn Manson y el Bowie de “I’m Deranged”, que abre y cierra la película como parte de un plano que concentra sus ritmos: la velocidad en la imagen (una ruta filmada desde la matrícula de un auto) y un cierto aletargamiento en la manera en la que el Duque (virado al) Negro canta sus estrofas, a pura vocal estirada. Tres caras de la simpatía: “I’m Deranged” podría haber sido compuesta especialmente para Lynch, la tapa de Outside, el disco al que pertenece, podría haber salido de Carretera perdida, la película y el disco podrían haber formado parte de un mismo proyecto: la reelaboración del noir después de un saque Burroughs-Francis Bacon. Lo que ocurre con la ruta y la canción de Bowie es una de las tantas manifestaciones del par lentitud-agite. Otro emblema: el momento en el que un ralenti y Lou Reed reciben a Patricia Arquette en un taller mecánico dirigido por un tipo en silla de ruedas. Rápido, lento, lentorrápido. La velocidad es un aspecto central de la película. Una forma convertida en su propio tema. Se nota especialmente bien en las actuaciones. A Bill Pullman y a la Arquette Lynch parece haberles dicho: a ustedes el porro: muévanse despacio, como el musgo. A Frank Loggia, por el contrario: a vos la merca: acá tenés el acelerador, actuá como si estuvieras siempre a punto de pisarlo. Los tres vuelven ultrasensible el movimiento. Unos por cierta modorra al hablar, caminar o prender los cigarrillos. (La escena de sexo que protagonizan es un juego de velocidades más: está filmada en cámara lenta, él termina demasiado rápido). Otro por el vértigo que lo trabaja sin descanso, y que en un momento graciosamente insoportable (es decir, en un momento de puro cine-Lynch) libera en la ruta con extraña voluntad pedagógica. Lynch hilvana las secuencias de esta sinfonía para íncubos como quien arma un rosario con cuentas robadas a sus pesadillas. Un tipo se acerca a otro en una fiesta para decirle que está en su casa, que llame y confirme, que él lo va a atender. Una actriz interpreta a dos mujeres que tal vez sean la misma, a ambos lados del espejo (acá o allá, su nombre es Alice). Disgregación, desplazamiento. Como tantos artistas inspirados en el surrealismo Lynch busca formas en los sueños. Como los únicos realmente grandes acepta que su tarea no pasa por ofrecer claves de lectura sino por mantenerla siempre inestable. Lynch sabe su Buñuel y su Fellini (Lynch sabe sus misterios). Uno le enseñó a reír de los sistemas de interpretación autocentrados (el cristianismo, el marxismo, el psicoanálisis, por lo menos en sus formas de divulgación). El otro a resistirlos incluso recurriendo a ellos (Asa Nisi Masa: el ánima de Jung convertida en conjuro infantil). Obra magna de Lynch: la pesadilla no hermenéutica. ¿Qué más decir? Carretera perdida viene al festival como fue realizada: en 35mm, para una sala de cine. Piedad para quien pretenda descubrir lo que significa cada cosa. Piedad para quien pronuncie la palabra síntoma como si dijera algo más que una defección estética. Gloria a esta mierda espeluznante.