zona liberada 35mm

Las diabólicas

Profundidades y superficies

Por Álvaro Bretal

En la superficie, Las diabólicas no parece tener nada demasiado especial: la fotografía de Armand Thirard no explota visualmente todo el potencial de un relato mortuorio, alguna que otra actuación deja bastante que desear, la escuela laberíntica donde transcurre no logra oprimir a los personajes en una clave gótica. Si es posible, sin embargo, abstraerse de estos problemas durante casi toda la película, se debe a dos o tres elementos dispuestos con inteligencia por Clouzot. El más obvio es el cadáver del personaje de Paul Meurisse, un peso muerto ominoso con la mirada perdida; un tipo que resulta tan perturbador y despreciable vivo como muerto. Otra es la presencia distante, distinguida, de Simone Signoret, quien fue contratada, según dicen, para equilibrar las limitaciones actorales de Véra Clouzot, esposa del cineasta e impulsora del proyecto cinematográfico. El elemento central, sin embargo, no es ni un actor ni una actriz, tampoco alguna particularidad estética, mucho menos la astucia narrativa que nos deja boquiabiertos durante el último tramo del relato. La clave está en el agua.

Desde los créditos de apertura, sobreimpresos encima de un charquito ínfimo que recibe gotas de lluvia, los continentes del agua van creciendo a medida que avanza la película: un charco más grande con un barco de papel, sacudido inesperadamente por el coche del villano; una simple bañera, protagonista de una de las escenas de mayor tensión dramática; finalmente, una piscina que, en su mugre, esconde el secreto más profundo del relato.

Los cadáveres y las piscinas se llevan bien. Lo sabe cualquiera que haya visto Sunset Blvd., de Billy Wilder, o capturado algún thriller televisivo, furtivamente, en pleno zapping. Este leitmotiv visualmente impactante —nada más lejos de la gracia del nado que un cuerpo inerte— es escamoteado en Las diabólicas: el cuerpo se hunde y nadie sabe qué ocurre después. La imaginación se dispara.

Cuando era chico y tenía la suerte de nadar de noche, fantaseaba que en la otra punta de la pileta, en las profundidades, había una ballena. Era el impulso perfecto para juntar coraje y nadar hasta el otro lado, una y otra vez. La calma nocturna potenciaba la fantasía. Sabía que estaba todo en mi cabeza, pero para mi cuerpo, alerta al menor movimiento, esa tensión era suficiente. En Las diabólicas, un niño se sumerge en la piscina espesa y cuando sale afirma: “El fondo parece una sopa de chocolate”. ¿Por qué será que, para hablar del agua, solemos recurrir a comparaciones, metáforas, cantidades? Sesenta años después de su cortometraje Lluvia, el cineasta Joris Ivens creó un ensayo autobiográfico sobre un hombre que se entrega a la aventura improbable de intentar filmar el viento. ¿Habrán sido muchos los que filmaron el agua y nada más que el agua; el agua en toda su pureza, en toda su abstracción?

La pileta de Las diabólicas parece devorar al cadáver de Meurisse. Es como un acto de magia: ahora está, ahora ya no. Durante parte de la película nos entregamos a lo sobrenatural, fabulamos con un relato de fantasmas. Si el agua convirtió al cadáver en un espíritu cuya presencia, como la de todo espíritu, es misteriosa e incontrolable, ¿qué podría llegar a hacer con nuestros cuerpos vivos, ahogables, fácilmente destructibles? Tal vez, por qué no, podría invadirnos, poseernos, mezclarse con nuestros cuerpos de agua hasta volvernos una sola cosa ligera y mojada. Las diabólicas se divierte con estas tensiones: a la ligereza del agua le opone la estatua de un león, pesadísima, que golpea a un cuerpo y lo mata. Claro: un cuerpo sólido golpea a otro; luego, los dos se hunden. Es pura física. Parece fácil.

Agua va, agua viene, en cierto momento un cuerpo se erige. Chorrea. Alto e impávido, recuerda al monstruo de la laguna negra. Otro cuerpo lo observa, puro pánico, al borde del desvanecimiento. Sus ojos, que están presenciando lo que creían imposible, derraman gotas finitas y saladas. Son gotas racionales, de desencanto. Son las gotas del final.

MIÉRCOLES 26 de octubre 20:30 hs.

Título original
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Les Diaboliques

Henri-Georges Clouzot

1955

Francia

114′

35 mm.