pieza central 35mm

Tiempo de revancha

Tiempo de revancha: la imagen (des)comunal

Por Nuria Silva

Un pequeño Papá Noel de juguete ocupa el primer plano de la película. La extrañeza de su movimiento autómata reside en la repetición pero también en una especie de falta de correspondencia entre la intención y la forma: en la mano derecha lleva una pluma con la que simula escribir una carta, pero el brazo se mueve de arriba hacia abajo, como si estuviera apuñalando la hoja. Sobre la imagen, se oye un coro de niños que entona un villancico tan obsoleto como toda la parafernalia invernal navideña que completa el cuadro de un diciembre acalorado y engañosamente feliz. Todo parece fuera de lugar. El nombre de Federico Luppi aparece en pantalla sobre la imagen de aquel Papá Noel y así anticipa a Pedro Bengoa, un héroe disfrazado de obediente que dinamitará al gigante desde adentro, más literal que metafóricamente. Algo así como lo que habrá significado estrenar un policial negro de clara denuncia social en tiempos de dictadura, trampeando la censura y asegurando, finalmente, un éxito de taquilla en una época paupérrima para nuestra industria cinematográfica. 

¿Y quién es Pedro Bengoa? Un dinamitero con pasado como líder sindical que busca reinsertarse en el campo laboral tras haber limpiado cualquier antecedente que pueda comprometerlo, empujado por una situación económica agobiante. ¿Y cuál es el gigante al que se deberá enfrentar? La TULSACO, una multinacional dedicada a la minería que se aprovecha del estado nefasto en que se encuentra la clase trabajadora para arremeter contra sus derechos, en gran parte gracias a la ausencia (y complicidad) de un Estado que criminaliza la protesta social, persiguiendo y asesinando con impunidad. Pero el trabajo no es peligroso si se lo sabe hacer, le dice Bengoa, palabras más, palabras menos, a uno de los ceos de la compañía, interpretado por Rodolfo Ranni. Para dejarlos todavía más tranquilos, remarca que la política es para los políticos y que a él sólo le importa que le paguen bien.

En su primer día de trabajo, Bengoa se reencuentra con un ex compañero sindicalista, Di Toro (Ulises Dumont), quien le advierte que la situación entre los empleados y la compañía se encuentra en un punto límite pero que mejor quedarse en el molde. La puntuación musical dice lo contrario; las notas atacadas de Emilio Kauderer elevan la intriga del montaje a un nivel prácticamente claustrofóbico. Nada va a quedar como está, nadie va a salir ileso, ni agachar la cabeza va a impedir que la cosa estalle. La presión adquiere la forma de un plan: Di Toro le propone a Bengoa provocar un accidente para iniciar una demanda fraudulenta a la empresa, con la ayuda de Larsen (Julio de Grazia) un abogado —“un chanta”— que tiene como as bajo la manga la posibilidad de extorsionar a TULSACO con pruebas de diversas irregularidades que comprometerían su permanencia. 

Sobre el ritmo preciso y ajustado de un thriller clásico de oficio, Aristarain empuña una serie de decisiones formales punzantes en las que resulta imposible soslayar el carácter magnicida del escenario político de la época. Unos pocos planos alcanzan para señalar la muerte, la paranoia, la bronca, la necesidad de dar pelea. Los enunciados se tensionan hasta que toda alegoría o desplazamiento termina por irritarse en la más salvaje literalidad. Si el plan resultara exitoso no estaríamos hablando de una película negra, pero para Aristarain el fracaso de una salida individualista solo puede significar un triunfo colectivo. Y al silencio forzado de la época le respondió con la estridencia de una imagen final y (des)comunal.

LUNES 24 de octubre 20:30 hs.

Director/a:
AÑO:
País
Duración:
Formato:

Adolfo Aristarain

1981

Argentina

112′

35 mm.