Daniel Mansinelli, descendiente de campesinos italianos, se crió rodeado de muerte animal: chanchos, vacas, liebres y gallinas eran matados ante sus ojos, siempre con el objetivo de darle un uso a sus órganos, ya sea para alimentación, abrigo o lumbre. Enemigo de la caza deportiva, hoy Mansinelli pasa sus días en el monte pampeano, escopeta al hombro, aguardando con paciencia al próximo ciervo colorado. La espera se acerca al personaje con la misma cautela con que él asedia a sus presas, aunque en este caso el fin es comprender su punto de vista: nos sumergimos en su mundo calmo y solitario, asistimos a un desollamiento, lo escuchamos señalar la coherencia de su estilo de vida. En las afirmaciones rotundas del cazador se despliegan, para el espectador atento, nuevos interrogantes.