las películas invisibles apertura

El dependiente (corte final 2004)

Perejil, Fernández

Por Blas Martín

Fernández nadie es y nada tiene. Trabaja desde niño en la ferretería de Don Vila, ese rectángulo de salón que oficia de negocio. A Fernández no lo define su actualidad, tampoco su historia. Lo define la espera: desde que comenzó a trabajar, espera la muerte de Don Vila para reemplazarlo como encargado de la ferretería. Añora, también, poder ser miembro del Rotary Club, como su patrón. Probablemente no sepa qué dones implica esa membresía, pero la sombra que proyecta el viejo es el molde máximo al que sabe aspirar. Hay, sin embargo, algo que rompe el tempo de esa espera, algo que le reclamará celeridad: la señorita Plasini. Fernández repite, día a día, su paso por el templo espiritista donde la viuda de Plasini es casera. Allí, sobre sus portales de chapa, despojada de toda vitalidad, como un busto o una flor de plástico, está la señorita Plasini, un amor prohibido solo por su propia y pudorosa moralidad. La mira una, otra y otra vez desde el volante de la chatita con la que hace los encargos de Don Vila. Hasta que decide romper, al fin, el loop de su existencia: se acerca, tímidamente, a entablar una conversación. La adrenalina, sin embargo, dura poco. Superado el primer acercamiento, la repetición se vuelve a instalar, y todas las noches Fernández pasa al patio de la viuda de Plasini y su hija. Se le dice que tome asiento; toma té, escucha la radio, dice hasta mañana. A la salida se cuida de no ser visto, no vaya a ser cosa. Cada noche que pasa y cada día que llega, su deseo (o más bien, el de Plasini a través suyo) por la muerte de Don Vila crece. Cuando ese día llega, no hay respiro para el padecimiento del protagonista. En una breve sucesión de planos, Fernández corre angustiado, se realiza el funeral en la ferretería y vemos el después, en el que Favio nos muestra el irremediable destino de Fernández, el de dependiente, ahora de su mujer, que demanda de su marido tanto como su difunto patrón, y al que somete con menor sutilidad. Comprobación de carácter final para el señor Fernández: segundo momento en que toma las riendas de su propia historia, esta vez para terminarla. 

Favio compone con El dependiente su película más particular. Aunque se la suele ubicar como cierre de una primera trilogía en tanto conjunto de similitudes estéticas, intuyo que esa clasificación responde más a un fenómeno biográfico que a una familiaridad entre esos tres primeros largometrajes (1). Si la distancia con sus épicas y su filmografía posterior es evidente, no lo es tanto la línea que une a El dependiente con Crónica de un niño solo (1965) o El romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza, y unas pocas cosas más… (1966). Ese hilo podría hallarse en el devenir fatídico de sus personajes: tanto Polín como Aniceto hacen lo que pueden con lo que tienen –que es nada– y con lo que son según su origen de clase. En uno y otro vive una fuerza que los mueve a ellos y a sus historias: el deseo. De salir, de escapar, de fumarse un puchito a escondidas, de ir a la milonga a ver qué pasa. En función de ese deseo, deciden y actúan. Eso activará, a su vez, la narrativa de cada película. Ahí está la distancia con El dependiente: aquí, el verbo, la acción, es reemplazada por la repetición. El desarrollo de los personajes está más bien velado: opera por dentro, con sutileza. Están descentrados, sin que emerja de ellos el arquetipo del loco o el desequilibrado (2). El señor Fernández es el protagonista apático de un relato sin héroes ni mártires. De hecho, el único personaje con nombre propio es Estanislao, el hermano de la señorita Plasini al que ella y su madre mantienen oculto. Fernández no toma decisiones: es mandado por Don Vila, su patrón, por la viuda de Plasini –que lo interpela para que pida la mano de su hija–, por la señorita Plasini y su urgencia de huir de casa. Solo en dos momentos decide. En uno, abre el segundo acto; en otro, acaba con todo: su vida, la de su esposa, y la película, que se funde con un traveling estupendo desde el sótano de la ferretería hacia las calles del pequeño pueblo.

 

(1) El dependiente se estrenó en 1969. Un año antes, Favio había tenido su primer éxito musical con el álbum Fuiste mía un verano, lo que lo llevó a volcarse decididamente a esa faceta y volver a estrenar un largometraje recién cuatro años después, con Juan Moreira. Sus tres largos anteriores habían sido estrenados en un lapso de cinco años.

(2) El único personaje descentrado en su superficie es el de la viuda de Plasini, cuyo comportamiento frenético es acompañado por movimientos de cámara acordes. En este sentido, en la última edición de la película, cuarenta años después de su estreno, Favio retira algunas escenas, como la de Fernández entrando al centro de espiritismo, que mostraba a la congregación en estado de trance.

MIÉRCOLES 19 de octubre 19:30 hs.

“Esta es la película en la cual fui más feliz realizándola. La hicimos en un pueblecito llamado Derqui, en esa época era muy sereno. Solíamos poner música, tomábamos mate, a veces a la luz de la luna, todo muy bonito en aquella casa. Fui realmente muy feliz.

El dependiente es una película que recién terminé el año pasado, porque había una serie de tomas que habían sido traspiés míos durante el rodaje, y siempre quedaron clavadas en mi corazón. Siempre pensé en sacarlas en algún momento. Finalmente el año pasado (2004) me senté a compaginarla, le quité esas escenas, y tomó un vigor que era el que había soñado 40 años atrás”.
Leonardo Favio, 02/05/2005.
Retorna al festival la sección Las películas invisibles, un espacio para visibilizar las rarezas que nos vieron la luz, películas que dejaron un huella fugaz y pasaron al olvido, obras que llaman a ser revisitadas. En este caso presentamos un clásico inevitable del cine nacional en un corte final realizado 35 años después de su estreno.
Director/a:
AÑO:
País
Duración:
Formato:

Leonardo Favio

 1969/2004

Argentina

78′

Betacam